Cuando los robots tomen el control, cuando el mundo deje de ser
humano para convertirse en el dominio de criaturas digitales para las
que nuestra especie y civilización no sean más que dos peldaños de la
necesaria escalera de su evolución, la obra de George Dyson será
recordada.
Al menos, ese es uno de los sentidos del texto, según su autor
confesó a EL MUNDO. "Creo que durante mil años las personas, puede que
las máquinas, echarán la vista atrás y dirán 'wow, este es el momento en
que, literalmente, un nuevo universo tomó forma.' Este antiguo
testamento de la era digital es el relato mítico de cómo un nuevo mundo fue creado 'llevándolo
a un extremo, nosotros, como seres humanos, tenemos mitologías sobre
los dioses que nos crearon [...] y, en cierto modo, puedes considerar
que este libro fue escrito para las máquinas: es la historia de
personajes míticos que crearon el mundo de las máquinas".
La catedral de Turing es una obra difícil de clasificar,
seguramente tan difícil como su autor. Hijo del físico y Nobel, Freeman
Dyson, y hermano de una de las mujeres más influyentes de Silicon
Valley, Esther Dyson, George pasó parte de su infancia en una dimensión alternativa,
una escuela dentro del Instituto de Estudios Avanzados -IEA- de
Princeton, New Jersey. El IEA es popularmente conocido por haber
albergado al científico más célebre del s. XX, Albert Einstein. Pero el
hombre que revolucionó nuestro entendimiento del espacio y el tiempo
compartió pasillos con genios de la talla de Kurt Gödel -conocido por su
Teorema de Incompletitud que puso límites a lo que las matemáticas
pueden demostrar-, Wolfgang Pauli -pionero de la cuántica- o, ambos
clave para esta historia, Alan Turing y John Von Neumann.
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